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Un año más volvemos al Kilimanjaro, la cumbre más alta del continente africano, que también resulta ser el un volcán de mayor altura continental. Una de las cumbres que es, a la vez, al igual que el Elbrus, seven summits y seven volcanoes.

Este año Tanzania y la zona de zona de Moshi se nos presenta con una sequia no habitual para la época. Parece que estemos ya en octubre o noviembre, el final de la época seca. Pero no, estamos en el mes de Julio. Le pregunto a Jonhson, mi colaborador local, si es habitual ver todo el paisaje tan seco en esta época y me responde que no, que este año es muy seco y que la culpa es de la guerra entre Rusia y Ucrania.

La sequia también comporta que tengamos una previsión de tiempo excelente. Sol garantizado todos los días y temperaturas más altas de lo habitual en la zona de cumbre. Los efectos del cambio climático cada vez son más claros, evidentes y preocupantes en todo el planeta, y nosotros, los ciudadanos de a pie, no dejamos de ser unos simples espectadores del hundimiento del Titanic. La clase que compraron los pasajes baratos y que los encierran en las plantas inferiores cuando el barco naufraga, para que no puedan salir e intentar escapar de su condena.

Curiosamente en la zona baja, en Moshi, el clima es más fresco de los habitual y en las partes altas menos frio por las noches y agradable durante el día. El hecho de caminar por encima de la espesa capa de nubes bajas que cubre la planicie a pies del gigantesco Kilimanjaro es la principal causa de estos contrastes climáticos.

Como otras veces, todo discurre según lo planificado bajo la tutela de los excelentes servicios de la agencia local y sus siempre atentos trabajadores. Todos se muestran contentos y afables, para ellos el trabajo en el monte es una garantía de mejor retribución que cualquier otro trabajo standard en las poblaciones, y les aporta seguridad y riqueza a sus familias. Los trabajadores de montaña, a pesar de lo duro que resulta su trabajo, se pueden considerar afortunados.

El primer día de la Rongai es una jornada relativamente corta. Como la ruta es la que sube más directa, las jornadas no se extienden tanto, ya que lo importante, por encima de ganar terreno hacia la cumbre, es ganar altura de manera gradual. Es así como el primer día se duerme por debajo de los 3.000 m, el segundo a unos 3.800 m y el tercero a 4.750 m.

Segunda jornada en la que superamos el bosque húmedo y transitamos por landas hasta el margen de la zona desértica. Un día excelente y un Kilimanjaro más seco que nunca, cada vez la nieve es más y más residual. De hecho, cuando subimos este año por la Rongai, tan solo podemos divisar dos pequeños sistemas blancos de glaciar en lo alto del cráter, que en la lejanía se ven ridículamente minúsculos. Pasamos por las famosas “lava cave”, segundo campo donde paramos a comer y tercero donde acampamos para cenar y descansar.

El tercer día se sube, como los anteriores, de manera suave y constante. Todo el equipo funciona de maravilla. Juan, un médico integrante de la expedición, nos va controlando la saturación de oxigeno en la sangre. Todos mostramos valores muy buenos. La moral es alta. Toca intentar descansar para hacer frente al inevitable madrugón del día de cumbre.

Yo creo que uno de los principales motivos que aconsejan madrugar en la ascensión a la cumbre es que al subir de noche todo el larguísimo pedregal que conduce al cráter, uno no es consciente de lo que le falta por subir. Seguramente, si viésemos desde abajo la enorme e interminable subida, más de uno se desanimaría por completo. Es una subida larga y monótona. Por suerte el sol sale ya en el cráter, en el Gillians Point, y entonces ya uno tiene la sensación de que falta poco y el espectáculo visual que se extiende ante uno, con la enorme belleza del gigantesco cráter, nos brinda ánimos renovados.

Momentos antes de alcanzar el punto más alto hago un repaso mental del elevado ritmo de retroceso de los glaciares de estos últimos años en los que he visitado, año si y año también (muy a pesar de la maldición del covid), estas volcánicas tierras de escaso oxigeno más altas del continente rojo. Las diferencias anuales son significativas y cada vez más evidentes. Los hielos del Kilimanjaro tienen sus días contados. Que triste será subir la montaña cuando ya el blanco glaciar no adorne su corona. La decadencia es similar y paralela a los famélicos glaciares de mis queridos Pirineos.

Llegamos todos a la cumbre, con las dificultades típicas de la altura. 100% en la cumbre. Fotos, felicitaciones, abrazos. Justo tras la exitosa ceremonia capto de nuevo señal de cobertura móvil y recibo uno de esos WhatsApp que nunca desearías leer. Mi mejor amigo, mi hermano, mi compañero de cordada durante tres décadas ha muerto. Ha librado las últimas batallas contra un cáncer incurable. Lloro, lloro y lloro sin desconsuelo posible. Alfred, el gran guía del Kilimanjaro y buen amigo, me consuela, me abraza, me cobija. Yo me deshago de desazón a pesar de saber que la noticia era inevitable e inminente. Solo me consuela mínimamente saber que pude pasar con él los últimos días en que aún era consciente de la dicha de la vida, de la bienaventuranza que representa ver salir el sol de nuevo cada mañana.

El Kibo se convierte en una funesta montaña gris. El “Fanatik” me ha acompañado en esta, su última ascensión. Cada vez que vuelva a esta mítica cumbre recordaré que su espíritu me acompañó en mi sexto ascenso. Bajo como un autómata. A veces me consuela pensar que ya ha dejado de sufrir, a veces vuelvo a estallar en un llanto infinito. Volveremos a abrir nuevas vías cuando nos encontremos en las montañas de otra vida.

La bajada se efectúa según lo previsto. Llegamos al campo 2 de la ruta Marangu donde, tras tantos días de sol y bonanza, nos envuelve la niebla llorona típica de las partes intermedias de la montaña. Tienen cierta semejanza con los alisios de la Mecaronesia. Cae una lluvia muy fina, a la usanza del famoso txirimiri de Euskalerria. Llega la noche, y con ella caemos todo el equipo de cumbre rendidos por el cansancio, por la larga jornada de ascenso, descenso y tránsito por altura; y yo, personalmente, por la vertiginosa montaña rusa de emociones que me ha resultado esta jornada interminable.

Última jornada en montaña. Disfrutamos del bosque húmedo. Yo voy recomponiéndome de la pérdida irreparable de mi alma gemela. Intento dejar atrás mis sentimientos para cuando sea el momento de volverme a despedir de la persona que era medio yo. El bosque tropical está exuberante. En estos casos es fácil llegar a la conclusión que la vida es un gran Don que nos ha brindado la Madre Naturaleza – aquello que algunos o muchos llaman Dios — y que, a pesar de su rudeza, dureza y crueldad, es el regalo más bello que existe.

Noche en Moshi, disfrutando de las comodidades del hotel, y un retorno en avión accidentado por los retrasos y las escalas excesivas. Noche improvisada de tránsito en el aeropuerto de Addis Abeba. Frio en el interior, frio en el exterior. En la capital de Etiopia el termómetro marca 12ºC y llueve a cántaros, llegamos a Barcelona y un calor sofocante apunta a los 40ºC … hay algo que no va bien y es evidente. Nosotros volveremos al Kilimanjaro a finales de año, a respirar de nuevo el aire más alto del continente africano y contemplar la triste agonía de las últimas nieves del Kilimanjaro.

Crónica de la ascensión realizada en julio del 2022 junto con Angel Ruiz, Iván Iranzo, Javier Lorente¸ Juan Vázquez, Aitana Bautista, Fran Bautista y Ayoze Callero.
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